miércoles, noviembre 30, 2005

El círculo perfecto: las leyes inmutables

Vivimos una era de apropiaciones y desvirtuaciones. Una nueva era donde ya no se lee, donde si haces referencia a cualquier origen literario corres el riesgo de ser “pedante” o “no comprender lo que es una adaptación”. Esto es porque voy a defender ¡oh cielos! “Yo, robot”: me parece honesta.
La premisa. Asimov juega con las tres reglas, el “círculo perfecto”, para demostrar que los robots son mejores que los humanos al tener una ética superior, son “esencialmente decentes” por contar con una lógica más elevada. El film subvierte la propuesta al elevar por encima de la razón los sentimientos y las emociones, al presentar los adelantos tecnológicos como un potencial peligro. Es decir, es como si adaptáramos el Quijote y éste fuera presentado como un manipulador egoísta y no como un quimérico soñador.
Pero el film es honrado: se nos advierte en los títulos que está sólo “inspirado” en los relatos de Asimov. Va tomando elementos y personajes y elabora un discurso propio. Nada que objetar. Bueno, desearía que al menos el espectador fuera consciente de ello. Porque son mensajes distintos bajo un mismo título. Pero el mensaje del libro queda en sus palabras. Y no puede competir con la fuerza visual de las imágenes que llegarán a todo el mundo. Ay. El cine es otro medio, claro. Más rápido y digerible que un libro. Como la fuerza oscura, es una vía más fácil y rápida, pero no necesariamente más fuerte. Eso sí, comprendo que un film –y mucho menos una gran producción- no puede ser discursivo. Y la película, en sí, merece la pena. Proyas, el director (autor de la legendaria “Dark City”, el verdadero “Matrix”) tiene ínfulas de autor. Y eso lo demuestra en dos escenas para el recuerdo: la muy publicitada persecución entre hileras de robots y las sobrecogedoras apariciones de obsoletos autómatas en sus campos de confinamiento. Excelente diseño de producción y un montaje perfecto en sus partes finales. Sobra, claro, esa idea de que el espectador actual no quiere pensar: todo es demasiado explícito, previsible... No hay sugerencia, no hay posibilidad de discusión. Todo es tan cristalino como las caras de los autómatas.
“Yo, robot” cumple las leyes de la producción cinematográfica actual en un círculo perfecto: Entretiene en su primer visionado, no está hecha para un segundo.