Crónica de un nacimiento: La precuela – primera parte
Cuando fui joven y rebelde-buscando-causas me dejé fascinar por la estética rocker. Era un fan de Elvis y de todas aquellas pelis juveniles ambientadas en los campus universitarios americanos de los 50. Canciones inocentes e ingenuas basadas en tres acordes inundaban mis sueños adolescentes.
Evidentemente, el estreno de “Grease” me cautivó. Coleccioné el álbum de cromos. Compré la fotonovela del film. Su banda sonora en dos cassetes comprados en El Corte Inglés (que un día vendió cassettes, sí). Memoricé la película en una época en la que aún no conocíamos el vídeo. Se la conté a mi primo cuando mi padre (que no entró) me acompañó el fin de semana del estreno al cine Paladium de mi barrio (qué triste es buscar referencias en el Google del cine al que has asistido a casi todas las sesiones míticas de tu infancia y no encontrarlas).
Y un día, en el típico festival de fin de curso, pude interpretar al mítico Danny Zuko en una versión muy sui-generis del musical. Enfrente, la chica más explosiva (si el término “Explosiva” tenía significado entonces, en aquellos maravillosos años) interpretaba a Olivia Newton-John, a Sandy. Ese festival fue mítico. Básicamente porque me rompí el brazo izquierdo en el número final, al apoyarlo en el suelo bruscamente. Quizá allí acabó mi carrera de rocker bailarín y quizá también allí podrían haberme apodado “Don Cristal”. Pero eso, claro, querría decir que sería un visionario.
El caso es que, en aquellos años de chupas de cuero y cazadoras universitarias rojas, no sabía que una Olivia cambiaría muchos años después mi vida.
Y para entonces yo ya había leído los mejores años de Popeye. Y había inmortalizado (en este mismo blog hay constancia) a la Havilland y su despedida de Flynn en “Murieron con las botas puestas”. Y todavía no era el shakesperiano feroz que hoy soy. No había leído aún “Noche de reyes” (ni sabía de la existencia de su protagonista).
Son los 80 y bailo Greased’ligthin creyéndome un pájaro de trueno.
Dos décadas después el amor de mi vida recordaría una antigua compañera suya llamada Olivia.
Hoy una ecografía de mi hija resbala de mis dedos y creo ver una nariz puntiaguda.
El círculo se cierra. El tiempo no es lineal para el Dr. Manhattan. Para mí tampoco.
Evidentemente, el estreno de “Grease” me cautivó. Coleccioné el álbum de cromos. Compré la fotonovela del film. Su banda sonora en dos cassetes comprados en El Corte Inglés (que un día vendió cassettes, sí). Memoricé la película en una época en la que aún no conocíamos el vídeo. Se la conté a mi primo cuando mi padre (que no entró) me acompañó el fin de semana del estreno al cine Paladium de mi barrio (qué triste es buscar referencias en el Google del cine al que has asistido a casi todas las sesiones míticas de tu infancia y no encontrarlas).
Y un día, en el típico festival de fin de curso, pude interpretar al mítico Danny Zuko en una versión muy sui-generis del musical. Enfrente, la chica más explosiva (si el término “Explosiva” tenía significado entonces, en aquellos maravillosos años) interpretaba a Olivia Newton-John, a Sandy. Ese festival fue mítico. Básicamente porque me rompí el brazo izquierdo en el número final, al apoyarlo en el suelo bruscamente. Quizá allí acabó mi carrera de rocker bailarín y quizá también allí podrían haberme apodado “Don Cristal”. Pero eso, claro, querría decir que sería un visionario.
El caso es que, en aquellos años de chupas de cuero y cazadoras universitarias rojas, no sabía que una Olivia cambiaría muchos años después mi vida.
Y para entonces yo ya había leído los mejores años de Popeye. Y había inmortalizado (en este mismo blog hay constancia) a la Havilland y su despedida de Flynn en “Murieron con las botas puestas”. Y todavía no era el shakesperiano feroz que hoy soy. No había leído aún “Noche de reyes” (ni sabía de la existencia de su protagonista).
Son los 80 y bailo Greased’ligthin creyéndome un pájaro de trueno.
Dos décadas después el amor de mi vida recordaría una antigua compañera suya llamada Olivia.
Hoy una ecografía de mi hija resbala de mis dedos y creo ver una nariz puntiaguda.
El círculo se cierra. El tiempo no es lineal para el Dr. Manhattan. Para mí tampoco.
2 Comments:
Buenooooo...menos mal que uno de mis blogs favoritos se ha actualizado de una vez!!!Y ha sido por una buena causa...seras PAPA!!Pues te felicito!!! Bonitos recuerdos de tus primeros tiempos de rocker,pero ese final de un brazo roto...no hay una secuencia final alternativa o algo que haga mejorar ese momento? Tambien tengo que decir que esta es la primera vez que escribo en tu blog...soy timido y aun me dan verguenza ciertas cosas de la red!!! Con el tiempo pasara la timidez,claro!!!Como todo en esta vida se necesita experiencia para todo!!!Saludos cordiales!!!
Hola, alfamen!! Bonito nombre... el principio de todo escribiendo al final de todos.
Y sí, existe un Dvd cargado de extras donde hay un final alternativo al festival de fin de curso. En él no me rompo el brazo (ni me lo volvería a romper justo un mes después) y acabo protagonizando musicales en el madrileño Lope de Vega.
Con comentarios del director y todo!
Pero en el Dvd que se comercializó con ese línea temporal las cosas acabaron así.
Ay.
Bueno, no hay mal que por bien no venga, dicen. Travolta siempre lo hizo mejor.
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