El gran hermano te vigila (y tres)
La cuarta edición de GH fue la apuesta de la productora por el amor... ¿o debería decir sexo?. Probada la sangre humana, Zeppelín seguía dispuesta a proporcionarnos emociones fuertes. Atrezzo: un jacuzzi y múltiples fiestas regadas con abundante alcohol. Protagonistas: jóvenes salidos en busca de bellos cuerpos que, en plena Navidad, se nos muestran semidesnudos casi todos los días a causa de la excesiva calefacción y los propios focos.
Se da el primer conato de dignidad-espantada de uno de los ratones, María, una joven casada que, intuimos, era la futura tentación de Rafa, un seminarista con demasiadas ganas de abandonar el sacerdocio. Aquí los guionistas fallan. Sí, claro que hay guionistas. Y psicólogos que guían a los concursantes en sus fobias y pasiones. No sólo existe la manipulación de las cámaras. Existe también una manipulación dentro de la casa, cada vez más parecida a una sitcom con esforzados guionistas.
Aquí el prototipo de hombre rural-moderno, Pedro, gana por fin, propiciado sobre todo por la imagen de “víctima” de mal amoroso (por cierto, si alguien quiere ponerle algún día rostro a la avaricia, no tiene más que fotografiar la cara de Pedrito antes de ganar el gran premio). Como la avidez de fama y dinero fácil no es sólo intrínseca a los jóvenes españoles, GH se abre a la inmigración. Así, la dulce Desirée y Matías, la fiera del jacuzzi (y claro “topo” de la organización, claro catalizador de acontecimientos) forman la cuota extranjera.
Los concursantes masculinos (Nacho, Mario, el soso Rafa…) quedan de nuevo eclipsados y ninguneados por las féminas, licencia para matar incluida (Anna, Judith, sobre todo Inma -“éste es para mí”-). Siguen llegando a la final aquellos concursantes que son percibidos como débiles, resistentes al acoso, sufridores en silencio. Así, los que “destacan” y se hacen notar rápidamente, son los primeros eliminados. No creo que sea por castigar a los “líderes”, no. Más bien creo que destacar en un programa donde los concursantes no son conocidos precisamente por sobresalir en ningún oficio o actividad, consiste casi siempre en gritar, coaccionar o conspirar a las espaldas. Al menos, todavía eso es visto como negativo.
Tele 5 se equivoca al apostar convertir al programa en estandarte navideño. Los ratones no son estrellas, sí guapos, pero son totalmente anodinos. El programa pierde definitivamente toda excusa de “Experimento sociológico” y se convierte en símbolo de toda una sociedad que rechaza el esfuerzo y la inteligencia, que es consciente de las injusticias de todo un sistema que condena al débil y sin medios.
La televisión, por si había alguna duda, es tal y como nos predijo Orwell. Y los sacrificados a los leones son gente como nosotros, españolitos de a pie. Ya no buscaremos el glamour de Garbos o Brandos. Ahora prima la rápida identificación, el pensar que “yo podría estar ahí”.
Se da el primer conato de dignidad-espantada de uno de los ratones, María, una joven casada que, intuimos, era la futura tentación de Rafa, un seminarista con demasiadas ganas de abandonar el sacerdocio. Aquí los guionistas fallan. Sí, claro que hay guionistas. Y psicólogos que guían a los concursantes en sus fobias y pasiones. No sólo existe la manipulación de las cámaras. Existe también una manipulación dentro de la casa, cada vez más parecida a una sitcom con esforzados guionistas.
Aquí el prototipo de hombre rural-moderno, Pedro, gana por fin, propiciado sobre todo por la imagen de “víctima” de mal amoroso (por cierto, si alguien quiere ponerle algún día rostro a la avaricia, no tiene más que fotografiar la cara de Pedrito antes de ganar el gran premio). Como la avidez de fama y dinero fácil no es sólo intrínseca a los jóvenes españoles, GH se abre a la inmigración. Así, la dulce Desirée y Matías, la fiera del jacuzzi (y claro “topo” de la organización, claro catalizador de acontecimientos) forman la cuota extranjera.
Los concursantes masculinos (Nacho, Mario, el soso Rafa…) quedan de nuevo eclipsados y ninguneados por las féminas, licencia para matar incluida (Anna, Judith, sobre todo Inma -“éste es para mí”-). Siguen llegando a la final aquellos concursantes que son percibidos como débiles, resistentes al acoso, sufridores en silencio. Así, los que “destacan” y se hacen notar rápidamente, son los primeros eliminados. No creo que sea por castigar a los “líderes”, no. Más bien creo que destacar en un programa donde los concursantes no son conocidos precisamente por sobresalir en ningún oficio o actividad, consiste casi siempre en gritar, coaccionar o conspirar a las espaldas. Al menos, todavía eso es visto como negativo.
Tele 5 se equivoca al apostar convertir al programa en estandarte navideño. Los ratones no son estrellas, sí guapos, pero son totalmente anodinos. El programa pierde definitivamente toda excusa de “Experimento sociológico” y se convierte en símbolo de toda una sociedad que rechaza el esfuerzo y la inteligencia, que es consciente de las injusticias de todo un sistema que condena al débil y sin medios.
La televisión, por si había alguna duda, es tal y como nos predijo Orwell. Y los sacrificados a los leones son gente como nosotros, españolitos de a pie. Ya no buscaremos el glamour de Garbos o Brandos. Ahora prima la rápida identificación, el pensar que “yo podría estar ahí”.
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