viernes, febrero 29, 2008

Crónica de un embarazo: Escuchando corazones

La mañana que escuché por primera vez el corazón de Olivia fue una mañana gris e invernal como a mí me gustan. Cuántas veces pensé en tener descendencia y qué pocas veces imaginé conocer a la comadrona de mi amor.
Un poco cascarrabias, pensé rápidamente cuando empezó a hilar reproches. Pero toda comadrona tiene en sus manos un artilugio mágico capaz de hacer ver y escuchar a los futuros papás a sus hijos. Con esa varita mágica no hace falta que sean excesivamente simpáticas. Se convierten en hadas benignas.
Costó un poco ver a Olivia (que entonces no sabíamos seguro era Olivia). Pero con las coordenadas exactas y un poquito de ampliación, fui el primero en verla. Moviéndose furiosamente, a un ritmo funky. Supongo que los movimientos espasmódicos pueden ser catalogados de varias maneras: poperos, souleros, rockeros, reggetones…. Los de Olivia fueron funkeros. Bueno, su madre opina que fueron flamencos. Dejémoslo en un James Brown acompañado a las palmas por un Duquende, va.
Ví por primera vez a mi hija y casi al mismo tiempo la oí por primera vez. Latidos fuertes, constantes, rítmicos. Y –lo juro- me vino a la cabeza los sones del Zaratrusta de “2001”. Y sólo entonces entendí uno de los misterios de la película: la evolución del hombre consiste, paradójicamente, en el regreso al útero materno. Porque ví a Olivia y paladeé el futuro, vislumbré la esperanza. Era mi evolución. Era alejar un poquito más el fantasma de la muerte porque Olivia ya vivía como una prolongación de nosotros.
Ver –y escuchar- un electro es como entrar en el mítico monolito. Te ves a tí mismo en esa habitación exquisitamente decorada. Pero eres un yo mejorado, libre de prejuicios y con todo por aprender.
El día en que escuché por primera vez la voz de Olivia (al fin y al cabo, nos estaba dejando claro lo muy bien que se lo estaba pasando, aunque la molestáramos con una luz) ví mi evolución mejorada.
Y así, la epopeya kubrikniana quedó reducida a lo que –me gustaría pensar- es realmente: un canto a la evolución de la especie, que siempre mejora. Son las artes las que vivieron mejores épocas. Pero nuestros hijos siempre serán mejores que nosotros. Porque la esperanza renovada crece con más fuerza.
Sólo espero que Olivia me haga mejor, me haga crecer, haga que mi fé renazca. A mi amor ya la ha hecho más grande, si cabe.

viernes, febrero 22, 2008

Crónica de un embarazo: Steak well done

Supongo que todo padre recuerda el momento en que anunció a sus seres queridos su embarazo.
Recuerdo el aluvión de llamadas que mi amor encadenó a su familia cercana. Como suele pasar, sus hermanas y primas –que también son hermanas- acabaron siendo más rápidas que ella, y el factor sorpresa se iba desvaneciendo en la mañana de aquel sábado madrileño de noviembre.
Mi familia estaba destrozada por la tragedia. Decidí esperar y me guardé la notícia. De todas maneras, las sensaciones eran tan encontradas que no sabía entonces como comunicarles la nueva. Eso sí, cumplí con una vieja promesa entre amigos.
Además –recuerden: soy hombre de confeccionar listas- paladeé el cómo le diría la noticia a mis amigos más frikis (de alguna manera, todos lo son por el mero hecho de serlo).
Adoro el comic. Y dentro del comic, el género superheroíco. Y dentro del género, algunas obras concretas. Una de ellas, la más crepuscular, es el “Kingdom Come”. Una historia que habla de viejos héroes que regresan de nuevo a la acción para poner fin a los desmanes de una nueva –y perdida- generación y dispuestos a enfrentarse por última vez a sus antiguos enemigos y a sus propios miedos no vencidos.
En su epílogo, Wonder Woman y Superman intentar sorprender a Batman con la notícia de su embarazo. Evidentemente, el mejor detective del mundo les chafa la sorpresa.
Desde que lo leí, supe que esa era la manera de comunicar la noticia. No todos son tan mitómanos como yo, claro, por lo que primero tenía que conseguir refrescasen la memoria volviendo a leer el cómic: campaña al canto (“creo que deberías releerlo”).
Después preparé el terreno. Un viejo restaurante íntimo, conocido por todos nosotros. Mi amor, mi cómplice. Me tocaba el papel de Superman.
Los reúno a todos. Faltan varios ausentes. Incluso pienso en tener conexión permanente por teléfono con ellos, pero desisto. Todavía no soy Lex Luthor para establecer videoconferencias.
Pido leche y mi amor agua. La primera pista. ¡Leche antes de cenar!. El viejo cortometrajista protesta: “¡Pero si tú eres Batman! ¡deberías pedir café –en dosis abundantes-¡”. El más veterano del grupo sospecha. El viejo galáctico no se atreve a decirlo. Pido bistec –muy hecho-. Mi amor brinda por los viejos amigos y continúa con la actuación: “tenemos que deciros una cosa…”. Ah. Es entonces cuando Batman suelta “estás embarazada” ante el estupor de los padres. Aquí es mi amor quien tiene que completar la frase. La timidez hace que los viejos héroes no se atrevan a adelantarse.
Poco tiempo después, en el bar de un hospital, pedí leche antes del menú de mediodía. Cuando mi amor les dijo a mi hermano y su prometida que teníamos que anunciarles una cosa, él, casi sin inmutarse, le contestó “¡estás embarazada!”. Y sin tener que pedir bistec muy hecho.

jueves, febrero 21, 2008

Crónica de un nacimiento: Alcanzando el cielo

Siempre soñando en los cielos, le decía Judas a Jesús.
En cuanto supe que iban a estrenar una nueva versión del mítico “Jesucristo Superstar” en Madrid, me lancé a comprar las mejores entradas que pude. Reservé avión aprovechando el puente de todos los santos. Cuadré fechas de vacaciones. Convencí a mi amor (no me costó mucho) que me acompañara.
En mi trabajo casi cada día escuchamos al menos tres números de la legendaria versión castellana de Camilo Sexto. Por lo menos uno de la versión cinematográfica, sobre todo ese Carl Anderson que borda al Judas más soulero que puedas imaginar. Y también varios de la versión nipona de Keita Asari. Sí, lo sé. Estamos enfermos. Pero creedme que en mi empresa de los cuatro fanáticos del musical de Webber el que más encajaría con la definición de católico sería yo. Simplemente es que estamos fascinados de la vigencia de sus canciones, de la fuerza de la historia. Posiblemente, la Historia más grande jamás contada. La más universal. La más izquierdosa y la más incómoda para el poder. Con corrupción, abuso, amores prohibidos, traiciones y castigos. Todo ello con un riff de guitarra que marca al narrador de los hechos, ese atormentado y –al mismo tiempo- lúcido Judas.
Vamos, que soy fan, sí.
Entradas en primera fila para el viernes 2 de Noviembre. No quiero tener cabezas gesticulando delante de mí. Reservamos una más para una muy buena amiga de mi amor, que casualmente esos días estará en la capital del reino. Se llama como siempre pensé que bautizaría a una hija mía: Laura.
En los siguientes días a la compra, veo trailers en el omnipresente Youtube de la obra. No me gustan: los actores parecen excedentes de “Operación triunfo”. De hecho, algunos lo son. Poncio Pilatos –lo más obvio- parece un coronel israelí. Judas parece un blandengue. Y compadezo a todo aquel que viva bajo la sombra de Camilo.
Pasa el Festival de Sitges. Pasa Granada. En el día de mi cumpleaños, el mundo se derrumba. El día de Todos los Santos aparece como lo que es: una gigantesca broma.Pero después de pensarlo y hablarlo, mi amor y yo embarcamos hacia Madrid. Directos al Hostal de las oposiciones y los seminarios.
Es el Madrid de la ampliación del Prado y la desorganización del Centro de Arte Sofía. El de la tala de la Thyssen. El Madrid de los desayunos opiosos y los churros nocturnos.
El Jueves noche ya vamos al Teatro Lope de Vega para inspeccionar el terreno. Para recoger las entradas. Para hacerme las fotos frikis de rigor. Para pedir un Cd que aún no ha salido. Para comprar el merchandising que luego no sabré dónde ponerlo.
Pierdo la esperanza: el musical debe seguir la estela del éxito basado en las canciones de Mecano. Supongo que en los tiempos en que la cultura general ha desaparecido engullida por la mal entendida cultura-pop, los responsables de la puesta en escena se han preocupado más en intentar justificarse de porqué vuelven a representarla (en un tiempo de laicismo profundo) que de intentar atraer al público joven con la obviedad: en la obra, no se apuesta por un Jesús divino. Es un Jesús profundamente humano, con dudas, tormentos, ira, que se rodea de marginados y que sabe que su lucha contra el poder (político y religioso, no lo olvidemos) finalizará con su muerte. Una obra que opta por dar la voz a la ex prostituta y al apóstol cuyo nombre quedará asociado para siempre a la traición.
Y el viernes compro el programa, el sencillo y el extra. Y la sudadera. Y me acomodo. Y hago fotos. Y les explico a mi amor y a Laura la historia bíblica (nunca pensé que no conocerían hechos como los mercaderes del Templo, por ejemplo). Les aviso: no habrá diálogos. Ay. Van también a la expectativa.
Público talludito. Nostálgicos como yo. Pocos jóvenes. De hecho, debo ser la envidia por mis acompañantes femeninas. Yo en medio de las dos, para atender ruegos y preguntas.
Empieza puntual la obra. Los actores, claro, no bajan de ningún autobús para representar la Pasión. Y llega rápido mi número favorito, con su riff de guitarra característico. Y ahí es donde me cautivan. Ignasi Vidal –un catalán haciendo de Judas, qué apropiado- interpreta con convicción al torturado personaje. Miquel Fernández –otro catalán, ahora Jesús, qué apropiado- se esfuerza lo indecible (incluidos bufidos ante el castigo físico que sufre, el pobre). Y Lorena Calero borda la voz de María Magdalena, la mujer en una historia de hombres. Bueno, aquí se impone la paridad, que entre los apóstoles hay mayoría femenina. Ya en la calle nos habíamos encontrado al también catalán (es una invasión) Roger Pera que dará vida a un burlesco Herodes.
A mi amor y a Laura la obra también les agarra. Les hace gracia la voz aflautada de Anás. Los fuegos artificiales del número final asustan a mi amor. Las palabras de Jesús llamando a su madre en la cruz me hieren el alma.
Churros nocturnos con Laurita. Calles que siempre están bulliendo. Mi amor comenta que Judas le gusta como nombre, que lo ha visto muy bien. Que Jesús le ha parecido empanado. Pobre señor.
Retirada al hotel. De madrugada, mi amor se hace la prueba de embarazo. Yo mismo le digo que lo haga ahora, que estamos imbuidos del poder divino. Seguro que sale positivo.
Unas horas después, despierto con la noticia a traición: “Estoy embarazada!”. Aún no sé cómo reaccionar. Mi amor espera impacientemente una hora más decente para llamar a su madre. Mi alegría es más contenida, aparentemente.
En un hostal de Madrid, sabemos por primera vez de la existencia de Olivia.
La mañana la pasará mi amor al teléfono colgada. Ventajas de tener una familia numerosa.
Olivia llegará entre canciones de Jesucristo Superstar. Vino en el Festival de Sitges y se anunció con el eco de Heaven on The Minds.
Su primer concierto oficial será en la sala madrileña Clamores, donde oirá al mejor Ruibal. Al día siguiente aún tendrá tiempo de sorprenderse ante un histriónico Quique San Francisco. Y en medio descubrirá las pinturas negras de Goya y las alargadas fisonomías de El Greco.
Olivia deja a sus futuros papás soñando en los cielos.

miércoles, febrero 20, 2008

Crónica de un nacimiento: el primer día

En la mañana del 12 de Octubre, viernes, me encontraba de vacaciones. Alojado en un hotel de Sitges, viendo pasar el enésimo Festival de Cine desde hace… buff… muchos años.
El Festival ya había comenzado hacía más de una semana. Y ya había visto unas 20 películas, si incluyo esos maratones nocturnos-zombimaníacos para los cuales empezaba a ser viejo. Días calurosos, de un post-verano eterno.
Mi amor ha tenido mucha paciencia con mis aficiones. Y, en casi todos los casos, ha procurado apasionarse también por ellas. El anterior fin de semana ya pasó conmigo unos días en el idílico pueblo-costero-con-iglesia-kingkoniana viendo pelis como “Nocturna” y “Rec”.
El jueves pude ver en el Auditori una frikada-oriental-westerniana a altas horas de la madrugada. En la mañana del viernes, me levanté temprano para ir a esperar a mi amor a la estación de tren (no me gusta particularizar al tren con el nombre de Renfe ¡qué poco romántico!). Me duché y a las nueve y media ella estaba allí, como siempre, con una sonrisa.
Dejamos su maleta en el Hotel y caminamos hacia el moderno Hotel con la mejor sala de proyección de Barcelona. Allí nos esperaba, fiel, nuestro amigo cineasta y escritor, con su flamante carnet de prensa, dispuesto a ver su enésima rueda de prensa (empezaba a mostrar preocupantes ojeras, no todo el mundo gozaba de vacaciones). El no nos acompañaría a ver la frikada matinal: la última película del director de culto Takeshi Kitano, “Kantoku Banzai”, inclasificable y delicioso film, lleno de sentido del humor y autoparodia.
Comimos en Sitges con nuestro amigo. En un japonés, muy apropiadamente. Y debo añadir que también muy tranquilamente. Fuimos a descansar al hotel y volvimos a emprender el camino al hotel. Nos esperaba “Los cronocrímenes”, ingenioso film español de corte fantástico. Como sea que nuestro viejo compañero ya la había visto, compartimos con él unas croquetas en el bar del Auditori a la salida, estando convencida mi amor que habían infinitos Karras Elejalde en la peli a causa de sus contínuos viajes en el tiempo (nosotros, frikis ya talluditos y supongo más crédulos, estábamos convencidos que sólo eran tres). De hecho, se lo podíamos haber preguntado al mismo Elejalde, que estaba a nuestro lado –en el día de su cumpleaños- degustando cerveza tras cerveza.
Momentos después, el mismísimo Rutger Hauer me negaba un posado para una foto replicante.
Por la noche, mi amor y yo cenamos muy bien en un bonito bar, entre la Iglesia y el Hotel. Paseamos y nos fuimos a dormir, que el sábado teníamos una agenda muy cargada (entre otras cosas, nuestro reencuentro con Hauer).
Nos lo pasamos muy bien.
Recuerdo cada momento de esa jornada.
Sólo 8 días después supe que no volvería a ver a mi madre. Exactamente 20 días después supimos que Olivia venía con nosotros.

Crónica de un nacimiento: La precuela – segunda parte

Mi madre era todo un carácter. Una mujer adelantada a su tiempo. Intuitiva, inteligente, moderna y observadora porque sabía adaptarse y estar a la última. Bueno, a algunas cosas no se adaptaba porque también era hija de su tiempo –ese condicionante pocos podemos superarlo-.
Nació en un pequeño –muy pequeño- pueblo castellano del que renegó siempre, harta de que sus gentes señalasen a quien fuera distinto a la masa uniforme o a quien tuviera alguna tara física, como fue su caso. Ese hecho, las burlas y lo difícil que para ella resultó ser la casi-pequeña de una familia numerosa, marcarían para siempre su carácter.
Trabajó mucho toda su vida. Dejó los estudios pronto por ello. Cuidó especialmente de su madre y su hermana pequeña. Porque los papeles antes se repartían dando muy poco valor a los méritos de cada uno. Y a mi madre no le tocó el más grato.
Mi madre, pues, entendió su vida como una lucha constante. Defendió a los suyos con uñas y dientes. Y dividía rápidamente a los demás en amigos y enemigos. Podías pasar de un estado a otro con suma facilidad.
Era mujer de muy pocos matices, pues. Pero en su simplicidad radicaba su fuerza. Cuando se proponía algo, no cesaba hasta conseguirlo.
Si a algo sentía devoción era a su familia más próxima. Sus hijos tenían que conseguir todo lo que ella no pudo. Empezando, claro, por la educación.
También quería para ellos un hogar. También una mujer de las que ya no existen –o están a punto de extinguirse-. Una mujer moderna educada en los valores clásicos, como ella misma.
A mi madre le caía bien el amor de mi vida. Y a mi madre, por si no ha quedado claro ya, no todo el mundo le caía bien. El amor de mi vida sabía cómo tratarla (tampoco era perfecta-perfecta para ella, no lo eran ni sus hijos). Lo supo mucho antes que yo, enfrascado en batallas interminables con ella desde tiempos inmemoriales. Adolescentes rebeldes, recuerden, enfrentados a todo tipo de autoridad. ¡Cuánto daría ahora por inculcar algo de serenidad y paciencia a aquél joven rocker!.
Cuando la conocías y sabías tratarla, mi madre se convertía en tu mejor aliada.
Ella siempre quiso una hija. Y si tenía que fardar de nieto, su gran disgusto hubiera sido que fuera un varón, como su familia más próxima.
Yo entiendo a Olivia como un triunfo póstumo de mi madre. Al fin y al cabo, nunca cesaba de luchar por lo que quería.

Crónica de un nacimiento: La precuela – primera parte

Cuando fui joven y rebelde-buscando-causas me dejé fascinar por la estética rocker. Era un fan de Elvis y de todas aquellas pelis juveniles ambientadas en los campus universitarios americanos de los 50. Canciones inocentes e ingenuas basadas en tres acordes inundaban mis sueños adolescentes.
Evidentemente, el estreno de “Grease” me cautivó. Coleccioné el álbum de cromos. Compré la fotonovela del film. Su banda sonora en dos cassetes comprados en El Corte Inglés (que un día vendió cassettes, sí). Memoricé la película en una época en la que aún no conocíamos el vídeo. Se la conté a mi primo cuando mi padre (que no entró) me acompañó el fin de semana del estreno al cine Paladium de mi barrio (qué triste es buscar referencias en el Google del cine al que has asistido a casi todas las sesiones míticas de tu infancia y no encontrarlas).
Y un día, en el típico festival de fin de curso, pude interpretar al mítico Danny Zuko en una versión muy sui-generis del musical. Enfrente, la chica más explosiva (si el término “Explosiva” tenía significado entonces, en aquellos maravillosos años) interpretaba a Olivia Newton-John, a Sandy. Ese festival fue mítico. Básicamente porque me rompí el brazo izquierdo en el número final, al apoyarlo en el suelo bruscamente. Quizá allí acabó mi carrera de rocker bailarín y quizá también allí podrían haberme apodado “Don Cristal”. Pero eso, claro, querría decir que sería un visionario.
El caso es que, en aquellos años de chupas de cuero y cazadoras universitarias rojas, no sabía que una Olivia cambiaría muchos años después mi vida.
Y para entonces yo ya había leído los mejores años de Popeye. Y había inmortalizado (en este mismo blog hay constancia) a la Havilland y su despedida de Flynn en “Murieron con las botas puestas”. Y todavía no era el shakesperiano feroz que hoy soy. No había leído aún “Noche de reyes” (ni sabía de la existencia de su protagonista).
Son los 80 y bailo Greased’ligthin creyéndome un pájaro de trueno.
Dos décadas después el amor de mi vida recordaría una antigua compañera suya llamada Olivia.
Hoy una ecografía de mi hija resbala de mis dedos y creo ver una nariz puntiaguda.
El círculo se cierra. El tiempo no es lineal para el Dr. Manhattan. Para mí tampoco.