lunes, marzo 03, 2008

Crónica de un embarazo: El nombre

Dicen que el nombre condiciona a la persona. Que un Héctor estará destinado a grandes hazañas. Y que una Jessica dará la nota en una piscina pública.
Friki como soy, el nombre de mi hijo había dado muchas vueltas a mi cabecita repleta de viñetas y tablas. Sabía, a mi pesar, que llamarle Bruce, o Peter, o Billy, sería condicionarle, sí, pero a un ejemplar del “Amazing Spiderman”. Y quizá de sus páginas no saldría.
Llamarle Kirk o Clint sería inyectarle fotogramas directamente a su sangre. Sería convertirle en asiduo de los Meliés y no de la Maquinista. Pero me temo que son las mascotas quienes han copado los nombres cinéfilos (Vito también lo es, pero acabaría mandando sobre sus padres, claro).
Quedaba la opción shakesperiana. Próspero o Laertes. Mas los tiempos ya no entienden de lírica, y sí de burlas fáciles entre compañeros.
Como veis, todo giraba en términos masculinos. Supongo que, inconscientemente, buscaba un heredero para toda mi colección de comics. Porque puede que las niñas lean tebeos, por supuesto. Pero el género superheroico es coto privado de hombres. Diría más. Diría que el western también. ¿Porqué esa coincidencia?. Creo que porque el hombre, en su estado más primario, comulga más rápido con los estereotipos y prototipos que esos géneros ofrece. Con su paisaje más característico. Que luego es tarea del autor trascenderlos, jugar con esos personajes maniqueos y ofrecer una visión del ser humano más rica si cabe al contar con un trabajo ya hecho. Pero es que entonces es cuando se producen las excepciones que también gustan a las féminas.
A mi amor le encanta “Johnny Guitar” y “El hombre que mató a Liberty Balance”. Y el “Born Again”. Pero son excepciones que trascienden paisajes y personajes.
Buscando un heredero para mi legado, sí.
¿Y si fuera heredera?. Laura. Siempre me gustó. Pero, desventajas de contar con amigos que cuentan con niños antes que tú, también te lo pueden “robar”. Y no es cuestión que coincidan Lauras en un mismo entorno. Eso funciona bien en las comedias de equívocos. Pero en la vida real se convierte en repetitivo.
Y un día mi amor sugirió el nombre. Y como no había barajado más nombres femeninos, nos pareció muy bien a los dos. Si el bebé era un varón, aún podríamos discutir.
Pero mi madre empezó a dirigir el cotarro allá donde esté (me gusta pensar que está donde ella quiere). Y el destino cobró nombre de mujer.
Costó mucho ver perfectamente esa ecografía concreta, parte de un estudio más amplio. Preguntaron si queríamos saber el sexo del bebé. Mi amor dijo que sí, claro.
“Será una niña”, dijeron.
Y Olivia anunció su llegada a golpes –de nuevo- de corazón. Al fin y al cabo, el gran Segar estaría contento. Y un viejo marinero con sendos tatuajes en sus bíceps también. Si su adaptación al cine fue un gran fracaso comercial (que no acabó con la carrera del incipiente Robin Williams, sí casi de Robert Altman), Olivia sigue viviendo en los antiguos comics.
Y es flaca. Ingenua. Decidida. Es un encanto.
Olivia será la heredera del legado de sus padres. Que es mucho mayor que la suma de sus tebeos.