Dos hombres y un destino
Dos hombres y un destino en la última edición de Gran Hermano. Cassidy y Sundance en un reality.
Un concursante-estratega que supera a la propia dirección del programa y les incomoda. Que convierte al programa abiertamente en lo que nunca nadie se atrevió a decir: un concurso, ya sin excusas sociológicas. Un hombre competitivo, leal con sus amigos, inteligente, profundamente misógino. Que escoge un nombre de guerra (“Pepe”) para su paso por el programa. Simpático, caradura, pícaro. El Kirk Douglas de ”El día de los tramposos”. El hombre que jugará al límite con las reglas. Que discutirá con el-gran-hermano-en-jefe-Ontiveros hasta el final. El estratega que llegó agotado al final.
Un cubano que entró en el programa creyendo que el programa sería una fiesta. Que cometió errores. Que fue rápidamente marginado. Un hombre sensible y solitario, narcisista e inseguro. Que evolucionó como ningún otro concursante en tres meses. Y él llegó a la final fortalecido, sereno, viendo las cosas con una claridad que había perdido su compañero.
Uno se apoyó en el otro. Contra todos, espalda contra espalda. Lucharían contra la dirección que nunca les favoreció. Contra todos sus compañeros, descolocados por esa nueva propuesta, clara y abierta, que en otras ediciones fue condenada rápidamente por la audiencia. Compañeros que dieron rienda suelta a su rencor, a su odio por aquellos que les impedían “vivir la experiencia” que ellos habían visto en otros años.
Se autodenominaron los “malos”, el lado oscuro de la casa. Y, claro, el malo se acaba haciendo simpático y los buenos nos acaban resultando cargantes.
Añádanle un elemento de traición: un, en principio, amigo que se pasa al otro bando movido por una mezcla de mala estrategia y de encoñamiento. El elemento femenino: una chica con evidentes problemas de socialización enganchada al elemento maduro del dúo dinámico, poniéndole en aprietos evidentes.
Y el elemento épico: ante todas las adversidades, Pepe reaccionaba como si en una película estuviera. Convirtiendo cada nominación en una cuestión de supervivencia. Espalda contra espalda, el madrileño y el cubano iban a escribir la página más hermosa de un programa multitudinario. Serían amigos en un entorno hostil.
Y, por último, incorporemos un símbolo, un icono de la nueva manera de entender el concurso: el Nomineitor, un sencillo artilugio convertido en la Excalibur de nuestros héroes. Una espada convertida en añicos por la bruja gallega malvada. Un icono que se convierte en mito.
Los malos eran ridículos, grotescos, incapaces de la autocrítica y cubiertos de la prepotencia que da saberse mayoría. Y uno tras otro iban cayendo en esta particular partida de ajedrez: paletos, moteras maleducadas, niñas engreídas…. Y una vez fuera del concurso, como zombies, sólo acertaban a repetir “…la culpa es de pepeeeeeee”. Los malos-buenos hacen, claro, a los malos-malos más atractivos.
La final hubiera sido legendaria: la casa vacía a excepción de los 2 últimos supervivientes, esperando la decisión de la audiencia, los dos de pie hombro contra hombro, espalda con espalda, como Butch y Sundance, sabiendo que el final ha llegado y que el destino les ha traído hasta aquí y sabiendo que fuera sólo está la nada, el odio, la violencia y el rencor (la piña colada). En ese momento la muy perdida Milá, diría aquello de: "La audiencia ha decidido que el ganador de GH VII es..."... y en ese instante el plano se congelaría, sólo se verían sus dos rostros (en blanco y negro, por supuesto) y ese plano intenso, con sus rostros mezclando la tensión del momento y la paz de los que han llegado al final del camino, permanecería eternamente sin resolución.
Y no ha sido así. Por ineptitud propia (de aquellos que saben jugar defensivamente, pero no al ataque) y por manipulaciones del programa, los dos se enfrentarán en la semifinal. Los dos ganadores, los que han sufrido más, frente a frente. Las reflexiones de Pepe después del naufragio han sido acertadas como siempre: "Han tenido que enfrentarme a mi amigo, para echarme de aquí. No ha habido más cojones. Nos han puesto a 12 y no ha habido forma de tumbarnos, más que ponernos al uno contra el otro. Si no soy ganador, no me imagino una forma mejor de irme de aquí. Hemos ganado y ninguno ha sido más importante que el otro". Este hombre tiene un sentido de la tragedia que a mí me enternece.
“Día uno, segundo uno: a la habitación azul”. Gracias por hacerme creer en la amistad. Por regalarme diversión. Desde ahora, en mi particular rincón de leyendas, habitan un chulo de Chamberí y su amigo cubano, que me hicieron comprender que aún nos seguimos enfadamos con los abusos. Que todos tendemos a apoyar a las minorías.
No serán los chicos perfectos. ¡Qué va!. Pero eran mis chicos.
Un concursante-estratega que supera a la propia dirección del programa y les incomoda. Que convierte al programa abiertamente en lo que nunca nadie se atrevió a decir: un concurso, ya sin excusas sociológicas. Un hombre competitivo, leal con sus amigos, inteligente, profundamente misógino. Que escoge un nombre de guerra (“Pepe”) para su paso por el programa. Simpático, caradura, pícaro. El Kirk Douglas de ”El día de los tramposos”. El hombre que jugará al límite con las reglas. Que discutirá con el-gran-hermano-en-jefe-Ontiveros hasta el final. El estratega que llegó agotado al final.
Un cubano que entró en el programa creyendo que el programa sería una fiesta. Que cometió errores. Que fue rápidamente marginado. Un hombre sensible y solitario, narcisista e inseguro. Que evolucionó como ningún otro concursante en tres meses. Y él llegó a la final fortalecido, sereno, viendo las cosas con una claridad que había perdido su compañero.
Uno se apoyó en el otro. Contra todos, espalda contra espalda. Lucharían contra la dirección que nunca les favoreció. Contra todos sus compañeros, descolocados por esa nueva propuesta, clara y abierta, que en otras ediciones fue condenada rápidamente por la audiencia. Compañeros que dieron rienda suelta a su rencor, a su odio por aquellos que les impedían “vivir la experiencia” que ellos habían visto en otros años.
Se autodenominaron los “malos”, el lado oscuro de la casa. Y, claro, el malo se acaba haciendo simpático y los buenos nos acaban resultando cargantes.
Añádanle un elemento de traición: un, en principio, amigo que se pasa al otro bando movido por una mezcla de mala estrategia y de encoñamiento. El elemento femenino: una chica con evidentes problemas de socialización enganchada al elemento maduro del dúo dinámico, poniéndole en aprietos evidentes.
Y el elemento épico: ante todas las adversidades, Pepe reaccionaba como si en una película estuviera. Convirtiendo cada nominación en una cuestión de supervivencia. Espalda contra espalda, el madrileño y el cubano iban a escribir la página más hermosa de un programa multitudinario. Serían amigos en un entorno hostil.
Y, por último, incorporemos un símbolo, un icono de la nueva manera de entender el concurso: el Nomineitor, un sencillo artilugio convertido en la Excalibur de nuestros héroes. Una espada convertida en añicos por la bruja gallega malvada. Un icono que se convierte en mito.
Los malos eran ridículos, grotescos, incapaces de la autocrítica y cubiertos de la prepotencia que da saberse mayoría. Y uno tras otro iban cayendo en esta particular partida de ajedrez: paletos, moteras maleducadas, niñas engreídas…. Y una vez fuera del concurso, como zombies, sólo acertaban a repetir “…la culpa es de pepeeeeeee”. Los malos-buenos hacen, claro, a los malos-malos más atractivos.
La final hubiera sido legendaria: la casa vacía a excepción de los 2 últimos supervivientes, esperando la decisión de la audiencia, los dos de pie hombro contra hombro, espalda con espalda, como Butch y Sundance, sabiendo que el final ha llegado y que el destino les ha traído hasta aquí y sabiendo que fuera sólo está la nada, el odio, la violencia y el rencor (la piña colada). En ese momento la muy perdida Milá, diría aquello de: "La audiencia ha decidido que el ganador de GH VII es..."... y en ese instante el plano se congelaría, sólo se verían sus dos rostros (en blanco y negro, por supuesto) y ese plano intenso, con sus rostros mezclando la tensión del momento y la paz de los que han llegado al final del camino, permanecería eternamente sin resolución.
Y no ha sido así. Por ineptitud propia (de aquellos que saben jugar defensivamente, pero no al ataque) y por manipulaciones del programa, los dos se enfrentarán en la semifinal. Los dos ganadores, los que han sufrido más, frente a frente. Las reflexiones de Pepe después del naufragio han sido acertadas como siempre: "Han tenido que enfrentarme a mi amigo, para echarme de aquí. No ha habido más cojones. Nos han puesto a 12 y no ha habido forma de tumbarnos, más que ponernos al uno contra el otro. Si no soy ganador, no me imagino una forma mejor de irme de aquí. Hemos ganado y ninguno ha sido más importante que el otro". Este hombre tiene un sentido de la tragedia que a mí me enternece.
“Día uno, segundo uno: a la habitación azul”. Gracias por hacerme creer en la amistad. Por regalarme diversión. Desde ahora, en mi particular rincón de leyendas, habitan un chulo de Chamberí y su amigo cubano, que me hicieron comprender que aún nos seguimos enfadamos con los abusos. Que todos tendemos a apoyar a las minorías.
No serán los chicos perfectos. ¡Qué va!. Pero eran mis chicos.
PD.- Ah. Y lo mejor es el sentido del humor. Ver cómo esos sms de los que vive la productora hoy sólo hacían que repetir "Echar Ontiveros" me ha proporcionado el último halo de poesía que necesitaba para justificar porqué escribía este artículo.