La belleza está en el interior
Últimamente se ha puesto de moda (todo es una moda, sí) desacreditar a los clásicos, “porque me son muy lejanos”.
Un clásico no necesita defensa, claro. En todo caso, podríamos discutir acerca de qué convierte a una obra en “clásica”.
Un clásico ha de ser vigente, por supuesto. Para ello hemos de reconocernos en sus propuestas. “El apartamento”, obra cumbre de Wilder, no muestra en sus escenas cómo se trabaja en una multinacional hoy en día. No hay móviles ni ordenadores. Y sin embargo la interacción entre jefecillos y empleados es perfectamente reconocible. Los roles no han cambiado en cincuenta años. Y las motivaciones del ser humano tampoco. En todas las empresas continúan existiendo Jack Lemmons y Fred McMurrays. “El apartamento”, pues, envejecerá siempre mucho mejor que “Camera Café”, por poner un ejemplo. No necesitará liftings ni coloreados.
Un clásico ha de aguantar múltiples revisitaciones. “Chica de Ayer”, la canción de Vega, es un clásico. Y se han hecho múltiples versiones de ella. Dicen que cada generación necesita una nueva versión de lo imperecedero. Pues bien, incluso, la ¿versión? de Enrique Iglesias era digna. Porque ni el peor intérprete puede ocultar la fuerza de la canción. Ni la nuevos arreglos podían ahogar del todo esa letra sincera e inmortal. Puede que hoy en día ya pocos recuerden “el Penta” al que hace referencia Antonio. Pero la coyuntura de los ochenta no oculta los sentimientos (esos son los que sobreviven y embellecen los recuerdos, sí).
Un clásico ha de jugar con una narrativa limpia, sin estridencias, diáfana. A mí me encanta la novela de Kesey “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Una obra de su tiempo, que juega con experimentaciones estilísticas propias de la “revolución beatnik”. Una obra que juega constantemente con las alucinaciones sufridas por el narrador de la misma, que alterna disgresiones psicodélicas con ensoñaciones alucinógenas. Pero la fuerza de la trama está ahí, porque siempre el individuo ha luchado con el sistema asfixiante. Siempre hemos buscado la libertad. Y quien lea de nuevo la obra, si tiene que explicársela a alguien, utilizará ese planteamiento, nudo y desenlace tan denostados a veces como necesarios para la supervivencia de la propuesta. La forma era adecuada para finales de los 60. En aquél entonces era una obra “moderna y arriesgada”. Hoy es una obra sólida por su trama. Reeleerla supone contextualizarla y disfrutarla sabiendo que las rebeliones de entonces son las aceptaciones sumisas de hoy. El tiempo, pues, ha jugado en contra de nosotros los ciudadanos y a favor de las subversiones de la obra.
¿Es “Ciudadano Kane” un clásico? ¡Por supuesto! ¡Qué fácil es decir hoy “a mí no me gusta” e ignorar que fue el paradigma de la innovación!. Kane es la primera película que juega conscientemente con todas las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Con arrogancia, claro. La arrogancia de quien se sabe el primero. Todos beben de Welles, los directores que hoy nos gustan y los guionistas que hoy admiramos. Así de injusta es nuestra sociedad: se enriquecen los piratas del Windows mientras se olvidan los inventores del Ms-Dos. Unos se aprovechan de los logros de otros y se saben vender mejor.
Pero hoy veo “Kane” y veo el mejor retrato que nadie podría hacer del ínclito Julián Muñoz o del defenestrado Berlusconi. Eso, amigos, es un clásico. Tan avanzado a su tiempo que sigue pareciendo prepotente a los que no tenemos el talento de Orson.
Cuando decimos “la forma se ha quedado anticuada” es una manera pedante de decir “tengo pereza de acercarme a esto porque no se me da en cómodas píldoras que me eviten pensar demasiado”.
La mayoría de subproductos que hoy consumimos perecerán… ¡en unos años!. Porque detrás de una producción impecable y sonido envolvente, detrás de ese “lenguaje actual, de la calle”, detrás de historias que intentan ser cotidianas porque el Fnac al que acude el protagonista es idéntico al que acudimos nosotros hoy no hay nada a lo que agarrarse. “Tapas” es hoy lo que “La estanquera de Vallecas” hace veinte. Si hoy Bowie, Duran Duran, pueden cantar en sus conciertos viejas canciones es porque no tenemos que volver a ver sus pintas de entonces, a riesgo de reirnos en su cara.
Lo que importa es el contenido, no el continente. El interior, que diría la Bestia.
Eso es un clásico, pues. El interior que amamos cuando las arrugas gobiernan su rostro. Porque el tiempo no borra lo que hizo que nos enamoremos de ellos.
Y quien se enamore de un rostro, que no se preocupe. El que sea incapaz de leer o escuchar un hermoso verso de Shakespeare por pereza (ya no por falta de práctica: comprendo que quien no lea nunca la tenga), que no se preocupe. Están condenados a cambiar de pareja contínuamente, buscando el frescor momentáneo que da la juventud.
A los demás siempre nos quedará “Hamlet”. Porque sabemos que siempre será joven.
Un clásico no necesita defensa, claro. En todo caso, podríamos discutir acerca de qué convierte a una obra en “clásica”.
Un clásico ha de ser vigente, por supuesto. Para ello hemos de reconocernos en sus propuestas. “El apartamento”, obra cumbre de Wilder, no muestra en sus escenas cómo se trabaja en una multinacional hoy en día. No hay móviles ni ordenadores. Y sin embargo la interacción entre jefecillos y empleados es perfectamente reconocible. Los roles no han cambiado en cincuenta años. Y las motivaciones del ser humano tampoco. En todas las empresas continúan existiendo Jack Lemmons y Fred McMurrays. “El apartamento”, pues, envejecerá siempre mucho mejor que “Camera Café”, por poner un ejemplo. No necesitará liftings ni coloreados.
Un clásico ha de aguantar múltiples revisitaciones. “Chica de Ayer”, la canción de Vega, es un clásico. Y se han hecho múltiples versiones de ella. Dicen que cada generación necesita una nueva versión de lo imperecedero. Pues bien, incluso, la ¿versión? de Enrique Iglesias era digna. Porque ni el peor intérprete puede ocultar la fuerza de la canción. Ni la nuevos arreglos podían ahogar del todo esa letra sincera e inmortal. Puede que hoy en día ya pocos recuerden “el Penta” al que hace referencia Antonio. Pero la coyuntura de los ochenta no oculta los sentimientos (esos son los que sobreviven y embellecen los recuerdos, sí).
Un clásico ha de jugar con una narrativa limpia, sin estridencias, diáfana. A mí me encanta la novela de Kesey “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Una obra de su tiempo, que juega con experimentaciones estilísticas propias de la “revolución beatnik”. Una obra que juega constantemente con las alucinaciones sufridas por el narrador de la misma, que alterna disgresiones psicodélicas con ensoñaciones alucinógenas. Pero la fuerza de la trama está ahí, porque siempre el individuo ha luchado con el sistema asfixiante. Siempre hemos buscado la libertad. Y quien lea de nuevo la obra, si tiene que explicársela a alguien, utilizará ese planteamiento, nudo y desenlace tan denostados a veces como necesarios para la supervivencia de la propuesta. La forma era adecuada para finales de los 60. En aquél entonces era una obra “moderna y arriesgada”. Hoy es una obra sólida por su trama. Reeleerla supone contextualizarla y disfrutarla sabiendo que las rebeliones de entonces son las aceptaciones sumisas de hoy. El tiempo, pues, ha jugado en contra de nosotros los ciudadanos y a favor de las subversiones de la obra.
¿Es “Ciudadano Kane” un clásico? ¡Por supuesto! ¡Qué fácil es decir hoy “a mí no me gusta” e ignorar que fue el paradigma de la innovación!. Kane es la primera película que juega conscientemente con todas las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Con arrogancia, claro. La arrogancia de quien se sabe el primero. Todos beben de Welles, los directores que hoy nos gustan y los guionistas que hoy admiramos. Así de injusta es nuestra sociedad: se enriquecen los piratas del Windows mientras se olvidan los inventores del Ms-Dos. Unos se aprovechan de los logros de otros y se saben vender mejor.
Pero hoy veo “Kane” y veo el mejor retrato que nadie podría hacer del ínclito Julián Muñoz o del defenestrado Berlusconi. Eso, amigos, es un clásico. Tan avanzado a su tiempo que sigue pareciendo prepotente a los que no tenemos el talento de Orson.
Cuando decimos “la forma se ha quedado anticuada” es una manera pedante de decir “tengo pereza de acercarme a esto porque no se me da en cómodas píldoras que me eviten pensar demasiado”.
La mayoría de subproductos que hoy consumimos perecerán… ¡en unos años!. Porque detrás de una producción impecable y sonido envolvente, detrás de ese “lenguaje actual, de la calle”, detrás de historias que intentan ser cotidianas porque el Fnac al que acude el protagonista es idéntico al que acudimos nosotros hoy no hay nada a lo que agarrarse. “Tapas” es hoy lo que “La estanquera de Vallecas” hace veinte. Si hoy Bowie, Duran Duran, pueden cantar en sus conciertos viejas canciones es porque no tenemos que volver a ver sus pintas de entonces, a riesgo de reirnos en su cara.
Lo que importa es el contenido, no el continente. El interior, que diría la Bestia.
Eso es un clásico, pues. El interior que amamos cuando las arrugas gobiernan su rostro. Porque el tiempo no borra lo que hizo que nos enamoremos de ellos.
Y quien se enamore de un rostro, que no se preocupe. El que sea incapaz de leer o escuchar un hermoso verso de Shakespeare por pereza (ya no por falta de práctica: comprendo que quien no lea nunca la tenga), que no se preocupe. Están condenados a cambiar de pareja contínuamente, buscando el frescor momentáneo que da la juventud.
A los demás siempre nos quedará “Hamlet”. Porque sabemos que siempre será joven.